El desafío consistía, una vez más, en recuperar una antigua pequeña casa de nuestro casco urbano porteño. Para ello, una intervención muy puntual iba a ser determinante para la totalidad: volver a abrir lo que en su momento constituyó el pequeño patio de la vivienda, mediante la introducción de una pieza singular que daría respuesta tanto a los requerimientos de uso como a los de espacio/volumen e ingreso de luz solar. Así, como primera medida, una losa y unos muros construidos en una intervención reciente fueron demolidos. En su reemplazo, una estructura de madera cubre el espacio liberado, dejando a su vez lugar para un patio abierto y una escalera hacia la terraza. La forma concreta que toma la estructura responde esmeradamente a cada vértice, plano y recodo de la casa donde debe asentarse. Así se salva, por ejemplo, una moldura preexistente y se completa la diferencia entre tres niveles muy distintos: la planta baja, el entrepiso sobre los baños/cocina, y el nivel de la terraza.

En un esfuerzo por alcanzar una entidad propia y captar una mayor cantidad de luz, la estructura eleva su cubierta por sobre el nivel de la terraza. El gran lucernario que queda así conformado cubre, como una cúpula luminosa, el espacio que a partir de ahora será el más importante de la casa: la cocina. Su gran lateral vidriado es protegido mediante un parasol que filtra (con precisión geométrica) los rayos solares de las calurosas tardes estivales. Otros sectores, más pequeños o protegidos, quedan con su vidrios expuestos. La luz entra como un caleidoscopio de múltiples maneras a lo largo del día y del año. En el interior, el lucernario se reviste en tableros de madera que recuerdan los antiguos casetonados de las cúpulas palaciegas porteñas. El espacio de la cocina resulta así enteramente resignificado, auténtico centro luminoso de la renovada vivienda, en armonía con los usos propios de la vida contemporánea.